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Entre el reflejo y el mar

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Raquel Ashby

Entramos en la cuarta semana de confinamiento en la que los días parecen no distinguirse unos de otros. Antes de ayer fue diferente. Antes de ayer vi la película “Carmen y Lola” para tratar de acercarme al modo en que las gitanas viven su homosexualidad, entendiendo que cada caso es un mundo. Lo que no se puede obviar, sin embargo, son los nodos – la etnia, la orientación sexual y la clase – que atraviesan a las mujeres gitanas. 

 

El hecho de que la corporeidad normativa gitana (las técnicas y el movimiento corporal, las prácticas sexuales y sociales), la cual contempla como antinatural la homosexualidad, se conozca como estricta e inmutable se debe a un contexto de alteridad (la condición de ser “otro”, de ser un “nosotros” respecto a “ellos” que se diferencia por factores étnicoculturales). A lo largo de la historia, la comunidad gitana ha sido perseguida y se la ha reprimido a base de intentar sustituir sus valores culturales por los dominantes. Por esta razón, además de por la exclusión social e institucional que padecen, se construye una norma que responde a un modelo ideal de qué es o cómo debería ser una mujer gitana cuyo incumplimiento conlleva una expulsión simbólica del grupo. La madre de Carmen en la ficción dice así: “Tienes que aprender a ser una gitana, a ser una mujer”. Por lo tanto, la categoría o la definición “lesbiana” no entraría en el concepto de mujer pura, “la más gitana”, y al suponer una ilegalidad normativa vulnera principios básicos e intocables como la pureza y el honor. De ahí la angustia que siente el espectador cuando la familia de Lola descubre que su hija siente amor y deseo sexual hacia Carmen.

 

 

 

 

 

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Los padres, en consecuencia, reniegan de su hija y frases como “Me has buscado la ruina”, ”Lo sabe todo el mundo, todo el barrio”, “¡No eres gitana, no eres nada!” son una muestra de que el honor de la familia se ha minado por una suciedad sexual y una falta de respeto, lo que supone una ofensa imperdonable. El padre, como figura que goza de una posición de poder, es a quien corresponde aplicar el castigo y opta por reconducir su conducta “anormal” y enfermiza llevándola al culto donde, al ser la homosexualidad un pecado, tratarán de sanarla por la acción divina aniquilando el demonio que la posee.  

 

En repetidas ocasiones, los padres presionan a Lola para que ronee y se case en lugar de andar con payos/as que no traen nada bueno y a los cuales se les asocia con la impureza y la deshonra. Es como si Lola fuera menos gitana por ser lesbiana, como si ser homosexual fuera una cosa de payos/as, un elemento exógeno y contaminante. Paco (padre) a Flor (madre): “Todo esto es culpa tuya y de Paqui por meterle ideas en la cabeza”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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A propósito de reafirmar la identidad étnica y la pertenencia a un “nosotros” gitano, las protagonistas ocultan su inclinación sexual y Carmen, en especial, transita por un proceso de negación en que reproduce lo que ha aprendido: “El sujeto es aquello que la norma le muestra como la única opción” (Judith Butler). Las demás identidades que se extralimitan frente al marco de la heteronormatividad son vistas como una voluntad de cambio, como una transgresión que pone en riesgo los fundamentos tradicionales y la cohesión del grupo. 

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Se podría decir que el cuerpo de las gitanas no heteronormativas negocia con la norma para que los lazos afectivos que les unen a la comunidad y a su familia no se corten en seco y, al mismo tiempo, resiste ante el rechazo y la marginación que implica ser lesbiana. En esta línea, Carmen se censura en mayor medida que Lola, ya que intenta seguir los pasos de un romance clásico para conseguir ser la mujer que se supone que tiene que ser. En cambio, Lola, tal vez porque al seguir estudiando mantiene contacto con payos/as y se percata de visiones alternativas a la única conocida o contada por su entorno familiar y cultural, es más “moderna”. Lola y Mª del Carmen Cortés (testimonio), mujer activista que se identifica dentro de la comunidad LGTB+ y trabaja por la Fundación Secretariado Gitano en Madrid, tienen en común que a ambas les ayuda conocer la realidad paya para vivir su lesbianidad reconociéndose como gitanas para sus adentros. Lo que las diferencia es que Lola no consigue el reconocimiento de sus padres en cuanto se desvela su secreto y elige huir junto a Carmen hacia el mar para cosechar lo que todxs anhelamos y cuya falta se hace más patente en esta cuarentena: la libertad.

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